martes, 15 de abril de 2003

UN TAL JESÚS

En las siguientes líneas pretendo hacer un acercamiento, aunque artesanal, de los significados de la muerte y resurrección de Cristo respectivamente, pues no pretendo un análisis matemático ni significativo, simplemente iré colocando algunas ideas y pareceres personales en torno al tema.

La muerte en la cruz

La significación respecto a qué es la muerte (entendida como tal) varía según las diferentes culturas y épocas. En las sociedades occidentales, la muerte se ha considerado tradicionalmente como la separación del alma del cuerpo[2]. En esta creencia, la esencia del ser humano es independiente de las propiedades físicas. Debido a que el alma carece de manifestación corpórea, su partida no puede ser vista, o lo que es lo mismo, ser determinada objetivamente.

Existe un asenso marcado al referirse a la muerte de Jesús: es muerto bajo el poder de Poncio Pilato en el año treinta de nuestro tiempo. Según, Mc. 15; Jn.19 Jesús es muerto un viernes según la tradición Joánica señala que, (Jn. 18) era el día de la preparación, es decir el 14 del mes de marzo o abril.

Pero, ¿qué significo esta muerte para los creyentes de aquella época? San Pablo escribe que la novedad y proclamación de un Mesías muerto, es locura para los griegos y escándalo para los judíos: “Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1Cor.1,22-23) mas aun si esta ocurre en la cruz (Mc.15,37), calificada como un sufrimiento horrendo y desalmado, esta era una pena impuesta o reservada exclusivamente para esclavos y quienes cometían faltas graves, robo, desobediencia. Por todo ello la cruz significó para los judíos un escándalo y maldición de Dios: “Si algún hombre reo de delito, ha sido ejecutado en un árbol no dejarás que su cadáver pase la noche, lo enterraras el mismo día porque un colgado es un maldito de Dios” (Dt. 21,22).

Esta claro que la muerte de Jesús significó una crisis en sus seguidores, aunque según Mateo (26,30-32) y Marcos (14,26-28), les aseguró que resucitaría (de la muerte), quienes veían en Él al hijo de Dios mismo, al Mesías, al salvador, al hacedor de la parusia[3], muerto de la peor forma. Más allá de todo, significaba, además, un golpe psicológico para quienes habían depositado toda su confianza en Él, todas las esperanzas derrumbadas a raíz de su muerte, de la muerte del líder y rey.

Habría que anotar también el significado que tiene su muerte para nosotros, una muerte que fue muestra o prueba del amor y la entrega de Jesús hacia la humanidad, el sacrificio de entregar su vida por nosotros a causa de nuestros pecados, en solidaridad con los oprimidos y despojados de la época.

La resurrección

Sin embargo este hecho será marcado por algo trascendental como es la resurrección, aseverada teológicamente en, 1Cor 15,34; Hech. 24, 3-15; 4,10, nuestra fe en la resurrección de los muertos se basa en el acontecimiento de la resurrección de Cristo, pues al resucitar de la muerte dio esperanzas a la humanidad de una vida después de la muerte en el reino de los cielos: “Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hech. 2,36) que los apóstoles entendieron como testimonio y como garantía de la resurrección de cada uno de nosotros y núcleo central del kerigma[4] o anuncio en el nuevo testamento.

Es decir, el sentido del hombre, el universo y el cosmos es aclarado a través de este suceso: “Y si Cristo no resucitó vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe” (Cor. 15, 14) afirmado de otra forma: “...resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4, 25).

Según los Evangelios, luego de muerto Jesús, el domingo siguiente, al amanecer, “María Magdalena, y María la madre de Santiago” (Mac. 16,1) fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús antes de enterrarlo, y lo encontraron vacío. En Mt. 28,2 se dice que después de un terremoto apareció un ángel y apartó la piedra de la entrada. En el interior de la tumba, “un joven” (Mc. 16,5) vestido de blanco les anunció que Jesús había resucitado (esta noticia es anunciada por el ángel en Mateo 28,5-6 y por dos hombres “con vestiduras deslumbrantes” en Lucas 24,4. Según Juan 21, 11-18, María Magdalena vio dos ángeles y después a Cristo resucitado). Más tarde, el mismo día (según Lucas, Juan y Marcos) Jesús se apareció a las mujeres y a otros discípulos en varios lugares en Jerusalén y sus cercanías. La mayoría de los discípulos no dudaron en que habían visto y escuchado de nuevo al maestro que conocían y habían seguido durante el tiempo de su predicación en Galilea y Judea. Pero hubo discípulos que dudaron en un primer momento (Mt. 28,17), como Tomás, que no presenció las primeras apariciones (Jn. 20,24-29) y según San Juan, luego de la aparición de Jesús a Tomas su respuesta sería: “Tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto” (Jn. 20, 29)

Los Evangelios señalan que después de su resurrección Jesús siguió enseñando a sus discípulos sobre asuntos relativos al Reino de Dios. encomendándoles una misión: “Id, pues... haced discípulos de todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19). Lucas (24,50-51) también se relata que, en Betania, Jesús fue visto ascender a los cielos por sus discípulos. Los Hechos de los Apóstoles 1, 212 recogen que la ascensión ocurrió cuarenta días después de la resurrección.

Pero la comprensión de este suceso abarca mucho más, esta debe realizarse independientemente de que sea o no un acontecimiento “histórico” o probable, pues las apariciones corpóreas de Jesús serían afirmaciones posteriores de la comunidad, sobre las cuales no hay ningún indicio en Pablo, es por ello, y asi debe entenderse: la resurrección es una cuestión de fe, lo probable y comprobable es el actuar histórico de Jesús; evitando cualquier extremo: “Ni puramente “subjetivo” no es la “fe” de los discípulos la que crea al “resucitado”; ni algo meramente objetivo[5], su esencia radica en lo sobrenatural y divino del hecho. Lo primordial permanece en lo que significa para nosotros ser testigos de un acontecimiento que, a claras luces, nos muestra y nos revela el triunfo de la vida sobre la muerte, al decir de Jon Sobrino: “La reivindicación de alguien a quien mataron injustamente”. La resurrección reafirma nuestro compromiso con el Cristo vivo, aquel que venció a la muerte por su Padre, quien, a su vez, da signos del Dios que toma partido por los oprimidos, que hace justicia a las víctimas; respaldando asi, todo el anuncio y el actuar de su hijo humano. Entonces, ser testigos y creer en la resurrección significa creer en la vida y ser promotores de ella, implica transformación, cambio, un volver a nacer en Dios, asumiendo a la muerte, como una transición, una ruptura encaminada hacia la plenitud del reino.

Entender la resurrección pasa también por comprender el significado de la cruz. Fe en la resurrección es creer y asumir que la cruz es un acontecimiento salvífico.

Cargar la cruz

Al respecto hemos seleccionado parte del texto de Leonardo Boff en : “Cómo anunciar hoy la muerte de nuestro Señor Jesucristo”[6] quien hace un análisis sobre el significado de la cruz, detallado a continuación:

Los significados actuales del anuncio de la cruz de nuestro señor Jesucristo

- Empeñarse para que haya un mundo donde sea menos difícil el amor, la paz, la fraternidad, la apertura y entrega a Dios. Esto implica denunciar situaciones que engendran odio, división y ateismo en términos de estructuras, valores, prácticas e ideologías. Esto implica anunciar y realizar, en una praxis comprometida, amor solidaridad, justicia en la familia, en las escuelas, en el sistema económico, en las relaciones políticas. Esto implica apoyar y participar en la gestación de las infraestructuras económicas, sociales, ideológicas, psicológicas y religiosas que hacen posible la justicia y la fraternidad. Este compromiso lleva como consecuencia crisis, enfrentamientos, sufrimientos, cruces. Aceptar la cruz que vienen de este embate, es cargar la cruz como el Señor la cargó en el sentido de soportar y sufrir por razón de la causa que perseguimos y de la vida que llevamos.

- Cargar la cruz como Jesús la cargo significa, por tanto, solidarizarse con aquellos que son crucificados en este mundo: los que sufren violencia, son empobrecidos, deshumanizados, ofendidos en sus derechos. Defenderlos, atacar las prácticas en cuyo nombre son hechos no-personas, asumir la causa de su liberación, sufrir por causa de esto: he ahí lo que es cargar la cruz. La cruz de Jesús y su muerte fueron consecuencia de este compromiso por los desheredados de este mundo.

La cruz es aceptada libremente por Jesús, es soportada por amor, en solidaridad con los insignificantes de este mundo, aun sacrificando la propia vida, camino elegido y asumido por Él de forma consciente. Al decir de Gustavo Gutiérrez: “La fe y la esperanza en el Dios de la vida que se anidan en la situación de muerte y de la lucha por la vida que viven los pobres y oprimidos en América Latina: ese es el pozo en que tenemos que beber si buscamos ser fieles a Jesús.”[7]. En suma, la cruz nos demuestra la dificultad y complejidad de todo proceso liberador, dificultades y complejidades que, como cristianos, nos llaman al compromiso elegido por Jesús.

Apuntes finales

Asumir la praxis de Jesús, su muerte y resurrección son tareas abiertas para los cristianos de todos los tiempos. Función permanente que trae consigo la muerte del pecado. Al decir de Mons. Hesayne obispo en Argentina “El pecado acontece cada vez que un hombre es víctima de otro hombre... “Pecado” en la concepción judeo-cristiana es el “mal” que un hombre comete contra otro hombre y por eso es ofensa al Dios de la vida, la libertad y el amor.”[8]. Inmovilizando cual, al decir de Octavio Paz, “máscaras podridas que dividen al hombre de los hombres, al hombre de sí mismo”; impidiendo la construcción del proyecto practicado y predicado por Cristo, quien habita entre nosotros como garantía de su amor y respaldo a quienes se propongan a seguirlo en este mundo turbulento.

Recordar, hoy, la resurrección pasa por la disponibilidad de acoger entre nosotros o dentro de nosotros al Cristo resucitado y reivindicar su causa como algo permanente, desarrollando una espiritualidad de la cruz, tarea muy difícil y ardua que, sin embargo nos da pautas de vida y compromiso con los insignificantes de la historia.


Puno, marzo del 2003

Aldo Santos Arias

Ruah

UNEC – PUNO

Nota: Algunas ideas vertidas en este escrito provienen de la reflexión teológica del Padre René Pinto.



[1] El nombre de Jesús se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah (‘Yahvé es salvación’); y el título de Cristo, de la palabra griega christos, a su vez una traducción del hebreo mashiaj (‘el ungido’), o Mesías. Los primeros cristianos emplearon Cristo por considerarle el libertador prometido de Israel; más adelante, la Iglesia lo incorporó a su nombre para designarle como redentor de toda la humanidad.

[2] La palabra muerte en Hebreo se lee de la siguiente manera Mêt – Mêtin, en griego nesroi, soimomenoi, vulgata, mosti, defuncti. Es claro que los antiguos hebreos creían en la inmortalidad del alma. Para ellos en el momento de la muerte el ser humano se dividía en dos: el cuerpo que volvía la tierra en la tumba, y el alma que encontraba en un lugar llamado el “Scheôl” Gn. 25. 27; 35.29; 49.39; Det. 32.50; Judit 14.6 Num. 23.10

[3] Parusia proviene del griego parusia, que significa, llegada o presencia. En la teología cristiana se refiere a la venida triunfal de Jesucristo al final de los tiempos. Significa, además, la culminación de toda la historia y el instante en el que ésta cobra pleno sentido.

[4] La palabra Kerigma proviene del griego kerygma, que significa noticia. En el Nuevo Testamento se identifica con el anuncio del Evangelio, la buena nueva. Al enviar Jesús a sus discípulos a proclamar la noticia de la salvación a todos los pueblos, no sólo les encarga difundir y dar testimonio de un suceso, sino que ese anuncio hace presente la redención allí donde se proclama. El día de Pentecostés san Pedro anuncia a la muchedumbre reunida: “Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús a quien crucificasteis” (He. 2,36) Y asegura asimismo el autor de los Hechos que “estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron: ¿qué tenemos que hacer?” (He. 2,36-37). Esta escena relata el primer anuncio del kerigma cristiano por parte de los apóstoles.

[5] L. Crespo “Dios ha resucitado a Jesús para nuestra salvación” material del encuentro nacional de formación UNEC - Huacho 2002

[6] Tomado de: Materiales de (in)formación IPA – Cuzco

[7] G. Gutiérrez “Beber en su propio pozo” CEP 1983 Pág. 53

[8] Mons. M. Esteban “La iglesia en el hoy de América latina”. Revista Páginas Nº 179 Pág. 7

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