jueves, 15 de febrero de 2007

El amor de pareja: una experiencia de gratuidad y libertad

El mandamiento más importante que Dios nos enseño es “Amar a tu Prójimo como a Ti mismo”; este amor al cuál Dios nos invita a vivir es un amor descentrado de uno mismo. Así, si bien hay un reconocimiento personal, éste se va construyendo con el otro. Esto implica, entonces, ciertas actitudes de respeto, de honestidad, de paciencia y de comprensión que permita que la experiencia del amor se viva realmente a plenitud.

A lo largo de nuestra vida al interrelacionarnos con otras personas de una u otra manera nos encontraremos con una experiencia de amor en cualquiera de sus dimensiones. Experimentamos un amor a nosotros mismos, un amor amical, un amor fraternal, un amor paternal, un amor de pareja, un amor a Dios.

Hablar del amor es siempre complejo, pues a pesar que es un sentimiento que marca trascendentalmente nuestras vidas y del que se ha hecho referencia casi desde el principio de la historia da la humanidad, aún nos sigue sorprendiendo, aún seguimos hablando de él y aún nos falta entenderlo completamente.

Por eso, en este artículo nos dedicaremos al amor de pareja e intentaremos reflexionar que tan intensamente y a plenitud vivimos esta dimensión del amor a la luz de nuestra experiencia de fe. Consideramos que una fe Católica, asentada en la vida de Jesús y su seguimiento no ofrece referentes claros desde una concepción de amor que se asienta en la gratuidad y la libertad.

Es probable que cada uno de nosotros tengamos la experiencia del amor en la mayoría de sus dimensiones pero no siempre las vivimos a plenitud y en muchos casos nos dejamos llevar por una sociedad cada vez más marcada por el consumismo, el individualismo y el libertinaje.

Es fácil decir un “Te Quiero” o un “Te Amo”, pero lo más difícil es demostrarlo con nuestras actitudes. Somos concientes que muchas veces nos equivocamos y hacemos que estas palabras se queden huecas y pierdan densidad al confundir las cosas, nos engañamos y, con o sin intención, jugamos con los sentimientos de otras personas. Perdemos el horizonte y en vez de amar gratuitamente, es decir, desvivirse por la persona amada sin esperar más recompensa que la plenitud del ser amado, nos preocupamos más por cuanto amor nos dan; en vez de amar en esperanza, de manera que el amor sea aliento de vida y de posibilidad para la otra persona, “amamos” con expectación condicionando y limitando al ser “amado”.

Así, un amor de pareja vivido a plenitud debiera ser una experiencia liberadora, que no anule los proyectos de vida individuales sino que los potencie y complemente y que juntos puedan construir proyectos comunes.

Comunidad Hugo Echegaray

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