miércoles, 28 de febrero de 2007

Reflexiones en torno al Operativo Empleada Audaz

Emilio Salcedo Tapia
Estudiante de sociología, PUCP.
emiliosalcedo at yahoo dot com

Se me ha pedido escribir una nota sobre el “Operativo Empleada Audaz”. Recibo tal encargo con entusiasmo, pues me permitirá ordenar y articular algunas ideas surgidas luego de participar en dicha actividad.

El “Operativo Empleada Audaz” se realizó el domingo 28 de enero en las playas de Asia, 97.5 kilómetros al sur de Lima, fue organizado con poco menos de un mes de anticipación por la Mesa de Lucha contra el Racismo y la Discriminación de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos; y logró captar la participación de alrededor de 700 personas. El objetivo era manifestarse de un modo pacífico e ingenioso, en contra de las indignantes condiciones, no sólo de trabajo sino también de vida, a las que se ven sometidas las trabajadoras del hogar. En realidad, no solamente en Asia se realizan este tipo de prácticas, sólo que el sureño balneario se ha convertido en el punto paradigmático de este tipo de conductas, y, desafortunadamente, también de otras, como la restricción del acceso a las playas a cualquiera que no sea residente, especialmente si tiene la tez trigueña o ligeramente oscura, no precisamente por un magnífico bronceado. Detrás de argumentos tales como “no pueden bañarse porque están en su horario de trabajo” ó “se restringe el acceso por seguridad”, lo que se esconde en verdad son concepciones preñadas de racismo y discriminación.

En el momento cumbre de aquel memorable domingo, el sol se encontraba en su punto más alto, bordeando la orilla y de cara al mar, la larga fila de activistas hombres y mujeres, tomados de las manos, ataviados con un polo blanco con la leyenda “Basta de Racismo” encerrada en un círculo rojo y con el uniforme de trabajadoras del hogar, respectivamente, se perdía a la distancia. A la voz de “uno, dos y tres, ¡empleada audaz!” todos corrieron al mar y se dieron una simbólica zambullida de libertad. Cuando salieron empapados de pies a cabeza, estallaron los aplausos, la alegría y los espontáneos abrazos entre los concurrentes. Mientras todo ello ocurría, los ‘residentes’ de Asia, parapetados en grupos bajo sus sombrillas, observaban con una risa nerviosa y cuándo no, con gestos de estupor y desaprobación.






























Nelson Manrique en su columna del diario Perú 21 del lunes 29 de enero escribe sobre el Operativo. Para Manrique, el ‘Operativo Empleada Audaz’ puso el dedo en la llaga de uno de los principales problemas de la sociedad peruana contemporánea: el racismo. Tal pauta de comportamiento es una de las herencias coloniales y oligárquicas que aún subsisten. El racismo, anida cálido en subjetividades que no han cambiado tan sustancialmente como sí lo han hecho la economía y la política en las últimas tres décadas. Es más, para Manrique, han sido el racismo y el corporativismo anclados en las mentalidades, los elementos que cerraron el paso a la transición final hacia la modernidad. De ese modo, se generó una letal incapacidad -especialmente en la clase dirigente-, peligrosamente presente aún, para comprender la complejidad de la sociedad, lo que favoreció en los ochentas, el estallido de una de las más graves crisis de nuestra historia: conflicto armado interno, crisis económica e hiperinflación, crisis y trastocamiento de la institucionalidad así como de la política, y la captura del Estado y su conversión en un Estado corrupto y corruptor por parte de una mafia cívico-militar, empresarial-neoliberal.

Manrique concluye su columna afirmando que en Asia se juegan cosas mucho más importantes de lo que podría creerse a simple vista. Concuerdo con él y por ello es que me atrevo a ir un poco más allá, y proponer, que los temas de pobreza, desigualdad y exclusión poseen una estrecha correlación con el racismo y con lo que sucede en Asia.

Pobreza, desigualdad y exclusión.

De acuerdo a Efraín Gonzales de Olarte[2], de todos los programas de ajuste estructural (PAE) aplicados en la región latinoamericana a principios de los noventas, en el Perú se aplicó el modelo neoliberal extremo. El modelo cumplió sus objetivos, redujo la hiperinflación, estabilizó la economía, favoreció la inversión y el crecimiento, entre otros muchos logros. Sin embargo, siguiendo a Olarte, así como a diversos autores e informes, los efectos fueron muy favorables para algunos pocos y desfavorables para muchos. La distribución de los costos y beneficios del ajuste ha sido desigual. El modelo favoreció la concentración de riqueza en pocas manos y más bien aumentó la pobreza estructural a través de una mala, exigua o nula voluntad de redistribución de los ingresos. Las cifras de pobreza y pobreza extrema, mostradas en el Informe de Objetivos de Desarrollo del Milenio en el Perú del Sistema de Naciones Unidas[3], 54.3 y 23.9%, respectivamente, son más que evidentes. De acuerdo al mismo informe, en Amazonas, Huánuco, Huancavelica, Puno, Cusco y Apurímac, la incidencia de la pobreza extrema sobrepasó el 50%. El alto porcentaje obtenido por Ollanta Humala en el centro-sur y sur andino en las elecciones presidenciales del año pasado, no se debe únicamente a la denodada labor de los reservistas etnocaceristas.Dos imágenes captadas el día del Operativo Empleada Audaz nos servirán para ilustrar gráficamente el punto anterior de modo general. Aproximadamente, menos de 20 kilómetros
separan a los lugares mostrados en las imágenes 1 y 2:







Como sabemos, la pobreza no es un estado que sólo alude a la carencia de recursos económicos, sino que tiene carácter multidimensional. Alude también a la carencia e incapacidad para acceder a los recursos y oportunidades básicas para el desarrollo de una persona. Pero, ¿cómo se engarza finalmente el tema de la pobreza con el racismo y el Operativo Empleada Audaz? Pues para muchos peruanos el ser andinos, campesinos, hablantes del quechua o de cualquier otro idioma nativo como lengua materna, ha sido y es una sentencia a la postergación y a la ciudadanía de segunda o tercera clase.

Encontrándonos muy cerca del bicentenario de nuestra independencia, una parte importante del sector de la sociedad nacional que se benefició de las reformas de mercado de los noventas permanece casi inmutable ante las fallas históricas que, ya en una ocasión bastante reciente, nos han colocado al borde del abismo. Me refiero al periodo de violencia investigado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). En su informe final, la CVR encuentra que precisamente esas fallas estructurales fueron parte de los factores que hicieron posible el conflicto:

“De acuerdo con los testimonios recogidos por la CVR , la violencia golpeó principalmente a los habitantes más pobres en las áreas más pobres del país. Sin embargo, como esos mismos testimonios indican, la pobreza no explica por sí sola la violencia sin precedentes que vivió el país. Es más preciso entenderla como uno de los factores que contribuyó a encender el conflicto y como el telón de fondo sobre el cual se desarrolló este drama.

Contra ese telón de fondo, adquieren un papel muy importante para explicar el conflicto las múltiples brechas que atraviesan el país. La más visible y dramática es la que separa a ricos y pobres. Tanto o más que la pobreza misma, importa la inequidad, las abismales diferencias entre los que más tienen y los que sobreviven. Recordemos que el Perú tiene una de las peores distribuciones del ingreso en América Latina y en el mundo.

Igualmente, se trata de una distribución desigual del poder político y simbólico, incluyendo aquí el uso de la palabra, es decir, quién tiene derecho a hablar, quién es escuchado y quién no lo es.”[4]

Somos una sociedad posconflicto, nos haría bien a todos asumirlo, especialmente a nuestra clase dirigente, que no vacila en recurrir al fantasma de la violencia o del terrorismo cada vez que desean reprimir a alguna comunidad o sector de la sociedad que protesta por el abuso de poder. Asumirlo cabalmente significaría, por lo menos, conocer, discutir y tratar de implementar el programa de acciones que la CVR dejó en sus recomendaciones para superar las huellas y secuelas de violencia y para prevenir en el futuro un nefasto proceso similar. Insistir en lo contrario, en parapetarse en su núcleo social, en la indiferencia e ignorancia de un lado y de otro lado en la postergación para los miles de afectados por la violencia no sólo no es ético sino que es preparar el caldo de cultivo perfecto para la repetición de la violencia.

Ante este panorama general, ¿queda alguna esperanza? Me inclino a pensar que sí, de hecho, el éxito del Operativo Empleada Audaz es una esperanza. La participación de cientos de jóvenes en diversos programas de voluntariado es una esperanza. Como aquel en el que un pequeño ejército de jóvenes universitarios, de ambos sexos, construyen cientos de casas de madera con piso para las familias más pobres de los asentamientos humanos más alejados. Precisamente la reconciliación propuesta por la CVR trata acerca de eso, de tender los puentes entre los sectores de la sociedad que tradicionalmente se han mantenido alejados, de reconocer por fin que, tras los diversos colores de piel, todos los seres humanos somos la misma pasión y carne, o como lo dijo más bella y profundamente Shakespeare: “Todos estamos hechos de la misma sustancia con la que se trenzan los sueños”[5]. La pregunta que de madura se desprende por sí sola es, como estudiantes universitarios, ¿queremos ser parte de la esperanza?

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[1] Pueden encontrarse más notas sobre el operativo “Empleada Audaz” en el blog: http://protestaaudaz.blogsome.com; y fotografías en: http://picasaweb.google.es/chaskky.

[2] GONZALES DE OLARTE, Efraín. El neoliberalismo a la peruana. Lima: Instituto de Estudios Peruanos y Consorcio de Investigación Económica, 1998.

[3] ONU – PERÚ. Hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en el Perú. Un compromiso del país para acabar con la pobreza, la desigualdad y la exclusión. Lima, 2004.

[4] Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe Final. Lima: CVR, 2003, Tomo VIII, capítulo 1, sección 3, página 33.

[5] Frase en cursiva tomada de: SAVATER, Fernando. Ética para Amador. Barcelona: Ariel, 1995.

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