jueves, 15 de febrero de 2007

Monseñor Oscar Romero

Oscar Arnulfo Romero, salvadoreño, fue Arsobispo de San Salvador en el año 1977, año en que el San Salvador se vivían tiempos de violencia y masacres que cometían los militares y poderosos de la elite hacia los campesinos y a la iglesia. El asesinato del Padre Rutilio, un niño y un anciano, las injusticias, la opresión a los campesinos y violaciones de los derechos humanos, convirtieron a Monseñor Romero de un religioso débil de carácter y conservador a un religioso que reaccionaba ante la situación de los pobres como Dios se lo pidiera, fue vocero y portador de la palabra de Dios, él comprendió que la manera de amar a Dios es anunciando el Evangelio a los pobres, que los reconfortara y los alentara, llamándolos a una conversión, a tener esperanza donde había mucha desesperanza.

Su vida es gran testimonio de amor a Cristo, amor al prójimo, amor a los pobres, reflejo de madurez humana y de fe, hizo que los pobres vieran en la iglesia una opción de vida y esperanza. Tuvo a poyo de los religiosos del lugar, junto con los representantes de la iglesia católica de San Salvador decidieron que las misa que celebraban también pudieran ser transmitidas por radio para que pueda llegar a todo el pueblo. En sus homilías reclamaba a las autoridades sobres las injusticias cometidas, hacía de las lecturas bíblicas sean referidas a la situación del país.

“La palabra queda. Y éste es el gran consuelo del que predica. Mi voz desaparecerá, pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”.

En su tiempo planteó la manera de ver a un hombre, verlo con los ojos de Dios, siendo Dios expresado en cada vida humana de su pueblo y de aquellos que sufren injusticias, enfatizaba mucho el de vivir la solidaridad con los pobres y el que no tiene el compromiso de solidaridad con ellos no es digno de llamarse cristiano.

A Monseñor Romero lo asesinaron cuando estaba celebrando una misa, sus palabras, su anuncio del amor de Cristo a los pobres y su persistencia en que se creara una sociedad mas justa y mas humana, están vivas en los corazones de los pobres y de todos aquellos que creemos en un Dios de la Vida.

¿Cómo estamos viviendo nuestros compromisos con los pobres? ¿Somos anunciadores del evangelio en nuestra vidas, en nuestros compromisos? ¿Somos coherentes con lo que anunciamos sobre el Dios de la vida? ¿Dejamos que Cristo acoga nuestros corazones?

Maricruz Hernández Chujutalli

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